Maro 1, Fernandez Oro 2
Permiso señores. No tomen este asunto como una irreverencia imperdonable. Permiso señores, sepan disculpar. Un paso atrás, permitan que la alfombra no se manche. Todo lo que se ha hecho hasta acá, con empate transpirado, vale como consideración, pero lo minimiza un puñado de segundos gloriosos. Es él, casi siempre él. Aunque las mañanas de juventud aguarden estampadas en el archivo.
Ahí va, con esa cintura grande que todavía sabe moverse para desconcertar pupilas. Ahí va, zigzagueante, con ese repentino aleteo de rodillas gastadas llegando al área. Como un arroyo sabio que caracolea entre las piedras buscando su destino de rió dulce. Sus amagues, preñados de engaño, bañan de ilusión verde una tarde luchada a brazo partido. Y ahí va él, personaje de novela, con la señorita de redonda belleza blanca, que todavía le besa los labios sin pensar en el tiempo.
Alguien sale a interrumpirle el potrero de niño. Porque su corrida abraza la misma ilusión siestera de algún baldío orense, cuando el chiquilín atorrante vislumbraba un camino de goles como éste. Y el rival retrocede, parpadea su intención defensiva, y así, con el mismo filo de sus dudas va cortando sus propias venas. Gastón Fuentes desfallece en cada paso atrás. Y los trancos mansos de Churra, no achican ni es bálsamo para un ángulo que, a su espalda, queda a la espera de sueños como un nido.
Y va, va él, bailarín de quiebres indescifrables, que sigue planchando su mejor pilcha en una tarde cualquiera. O en esta tarde, la que su gente esperaba tenue, después de caérsele la sonrisa en el primer charco. Pero ahí va él, para devolverle el corazón y arrimar a esas almas que truenan en una tribuna de madera, a la costa casi inesperada. Cuándo la tarde acepta quizá un empate inminente, el tiempo se clava de golpe. Alguna brisa ilógica, supongo, cruza a la muchachita blanca y le indica el camino. Se buscan. Se encuentran.Se estrechan, y son uno sólo en un destino que los futboleros, dicen, lo vieron de antemano y con los ojos cerrados. Aseguran que lo sabían, sin el más mínimo titubeo. Hasta da la sensación que todos lo sabían,pero no mucho lo dijeron...¿Será que sabían pero no creían?
Ella y él. Sonríen porque siempre fueron felices. Caminan de la mano porque el amor no muere en la balanza. Y creo, o intuyo, que su botín derecho, pisando el área mayor, le susurra al oído. Y ella, como todas las veces, enamorada, le besa los labios. Y se levanta en vuelo manso con su redonda sonrisa blanca, con las alas abiertas de pájaro libre, en un planeo romántico hacia la red. El Chala, y lo que usted ahora sabe. El Chala Parra y la redonda. El Chala, la redonda y el gol. El Chala y Oro 2 a 1 al Dino. Hay gestos aturdidos, perplejos,y otros, desenfrenadamente locos . El lógico champán de fiesta se descorcha en un rincón del rectángulo, triunfante, apilando abrazos. Y una vez más, enamorados y felices, con el arroz de los gritos de su gente cayendo en su pecho abierto, sí, el Chala y ella… El Chala Parra y la redonda. Sí, una vez más, y prometen amarse toda la vida.
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